Signos de agua
·
Bajo la lluvia donde todo sucede,
germinan los enigmas, los colores tornasolan sus
esencias, el pavimento se humedece y la tierra desprende el olor que nos remite
a la infancia. No hacen falta los boletos que nos trasladan a otros horizontes.
Aquí podemos esperar la llegada del aura. En ese amanecer la cobija (el bosque)
cambia la mirada y el tiempo se ensancha, nada se necesita. Los rayos del sol
se colorean y un tono mandarina alegra. Danzantes somos y aunque todo no es más
que un lienzo, un pequeño estuche, es suficiente para sostenernos el resto de
las temperaturas y los ánimos.
Ha llegado la hora del café, cae una llovizna.
·
Observarse en el espejo no necesariamente significa
reconocerse. Siempre hay un testigo que permite transparentar las corrientes y
las ligaduras que te componen. Muchas veces un cuadro o un sonido, son más
espejo que tu reflejo, son además puertas fugaces que a la distancia guardan
como en los roperos lo que te identifica. En días lluviosos como hoy, es mejor
reflejo la ventana.
·
El hogar hoy está iluminado de luz dorada, playa
brillante, calma, remanso de paz, donde los habitantes encuentran su espacio
propicio para crecer; reboza el bienestar, por el cuerpo fluye la sangre y es
claro que el horizonte se abre hacia nuevos caminos. Los sueños se aclaran,
proyectan la enorme fuerza que durante años anidaron, es tiempo de dejar un
convulsionado estadio alimentado de serpientes, alacranes y tiburones, hoy
nadamos libremente, el canto de los pájaros al amanecer, permite que delfines y
cardúmenes tornasolados acompañen nuestros largos pasos firmes.
·
Tiempo nublado.
No siempre las cosas brillan, también el lado
oscuro las hace existir, hay veces que el ruido se escandaliza y cimbra el ánimo,
nos entristece saber que la irracionalidad predomina, que enceguece
abrumadoramente, la sangre se enciende y la humedad desaparece y se convierte
en tierra seca y craquelada. En esos territorios del alma humana, no hay
lluvia, no hay ruta, no hay boca. El lenguaje es breve y la noche se profundiza
en largas temporadas.
·
En ocasiones las palabras no encuentran su peso, se
dispersan, van de tumbo en tumbo, palpan superficies pero no llegan a su sitio.
Parecen derrotadas, sufren, se llenan de dolor, ensangrentadas porque los
humanos con sus actos no se salvan, nada reparan, se hacen indiferentes y
violentos, se les olvida la paz y el amor. No tienen sentido.
·
Los árboles de ancestrales raíces
me han
traído aquí,
los
busque desde antes de nacer
hasta
encontrarlos.
Sus
brazos se extendieron y abrigaron
en su
paisaje amplio y fresco
mi
cielo despejado.
Con
eso construí mi falda de estrellas
mi
luna nueva iluminando el camino
por dónde
atravesaría tu carruaje.
Una
cabeza móvil para rondar
secretos
íntimos. Subir escaleras al cielo
dibujar
los signos coloridos de mis deseos.
Lejos
de bailarinas rígidas y mejor,
alas suaves, leves, firmes.
Colocar
la mesa a campo abierto,
evitar
paisajes citadinos ruidosos estresantes
que
seccionan la palabra tierna.
Se vea
con claridad sobre el paisaje interno
lágrimas
de Elektra sostenida
férrea
en sus columnas.
Cuando
el amor;
las
hojas de dos árboles se juntan
uno se
viste otro se desviste,
uno
flota otro camina a paso firme,
dos
islas diferentes
unidas
para un fruto jugoso.
Se
danza y sombrero y abanico
libremente
se desplazan,
dos
manos vuelan, construyen nidos.
Lugares
donde las redes de los títeres
se
cortan. Se alejen domadores, se cierra
el
espectáculo.
Permiten
el ascenso de la casa,
vuela
globo al viento.
De las
raíces ancestrales nace
El
arcoíris que florece
el
pecho se abre
mis
manos deshacen las rejas de la mirada,
las
cintas del vestido estrecho;
abro
los ojos y no necesito explicaciones
escucho
las notas de pájaros cenzontles:
atravesar,
arriesgar, atraer.
La
musicalidad, su lira.
Que
las ideas salgan, bailen, vuelen
se
hagan jinetes en el campo.
·
Cuando
las cosas aparecen flexibles, da la impresión de un recorrido menos arduo. Se
puede observar desde la ventana que los riesgos no necesariamente nos producirán
excesos dolorosos. Es posible entonces, traspasar los arrecifes, colocarnos las
escamas y no quebrarnos ni
siquiera en el verano. Recobrar nuestras habitaciones y en silencio observar el
muro de los muertos, la gota que se extiende en mares océanos de la vida en
el planeta.
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© Eurídice Román de Dios
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